miércoles, 23 de diciembre de 2015

No es amor, es otra cosa

No es amor lo que te arrastra hasta el no ser.
No es amor lo que te vacía por dentro.
No es amor lo que anula tu ardua forma de someterte a las peculiaridades del mundo.
El amor es otra cosa.

El peor amor es el que te deja sin aire,
el que te ahoga,
y te deja ver sin oxígeno ante el muribundo espacio de dos.

El peor amor es el que  te quita el sueño,
el que provoca un oasis en la cavidad más profunda de tu cuerpo,
el que altera los sentidos más indescriptibles de tu alma
y los toma consigo, dejándote sin nada.

El peor amor es el que te lanza al miedo de existir por separado,
el que te muestra su confianza y te ciega,
el que te promete la calma más plena,
y te provoca el temporal más atroz.

El peor amor es el que no te abandona ni un segundo de tu vida,
el que se vuelve necesario,
el que te hace recluso de su afán,
y se convierte en un peso de tu alma.

El peor amor no es el que no existe,
es el que te hace no existir.

No es amor si te ahoga,
si se lleva tu tiempo consigo,
si te roba los besos, en lugar de ganárselos.

El peor amor no es el que no encuentras,
es el que hace que no te encuentres a ti mismo.

No es amor si nunca te supo escuchar,
porque entonces jamás recordará el sonido de tu voz.

No es amor si te convierte, te amolda,
si te hace a su medida.
No es amor si solo supo sentir mucho, en lugar de amar bien.

El amor es otra cosa.



miércoles, 2 de diciembre de 2015

Olvidarnos

Qué difícil debe ser eso de que las cosas funcionen a otro ritmo, mientras nosotros intentamos coincidir a la misma velocidad, mientras desvivimos por vivir en el mismo tono, mientras se nos complican las ganas e intentamos seguir sin escuchar las exclamaciones del mundo.

Qué difícil ha de ser eso de que las cosas funcionen del revés, al contrario, mal, mientras nosotros intentamos poner tiritas a los ceses, remediando manías, corrigiendo líneas curvas y aguantando los nervios con cada respiración.

Qué difícil es eso de ver la vida desde perspectivas distintas, amueblando habitaciones vacías que no existieron, olvidando recuerdos que no vivimos, y perdiendo el tiempo que no tuvimos. Qué cobarde imaginarnos siempre queriendo ser lo que no fuimos.

Qué tremendamente complicado ha de ser eso de no conectar a tiempo, de buscarnos en lugares apartados de nosotros, de perdernos cada uno por su lado, de haber olvidado las cenas de dos y lo que era dormir en tu espalda, mientras el tiempo que me inundaste se ve  ahora desocupado en la periferia de las cosas menos importantes.
Qué triste sabernos tan distantes.

Qué espantoso debe de ser eso de intentar hacer coincidir coordenadas confusas regresando a lugares que construimos imitando paisajes con vistas a una realidad desordenada, donde ahora el espacio se encuentra desbordado de profundos silencios y el frío es el abrazo interminable de todos los días que se restan.

Que complicado ha de ser eso de vernos hallados en una nueva estación intentando disimular lo que fuimos, intentando evitarnos mirando otros ojos, besando otros labios y rozando otra piel. Mientras el calendario continúa insistiendo en brindarnos una fecha.

Qué horrible es  eso de volver a imaginar lo que era nuestro mundo construido a orillas del mar que nos mojó las ganas. Y que mal ahora. Ahora, cuando cada uno con su parte de la historia va despacio haciendo olvido de nosotros.




miércoles, 8 de julio de 2015

Después de todo, se aprende

Mi necesidad son los incendios. El fuego calienta a la vez que quema, y esa es mi necesidad. Tengo la necesidad de sentir lo afable y lo perverso aquí adentro sin ningún tipo de medida, la necesidad de ser fuego artificial, de subir rápido, explotar en el cielo y luego caer en picado. Porque después de todo, se aprende.

Necesito arder y para arder hay que ser valiente. Valiente para vivir la vida hasta la última bocanada de aire. Necesito sentir que estoy viva. Tengo la necesidad de equivocarme tres veces al día y veintiuna veces a la semana. Porque después de todo, se aprende.

Mi necesidad son las catástrofes inundadas de magia. Descubrir esa magia, percibir hasta el mínimo suspiro del pianista que está tocando tu canción favorita en este momento. Sentir la catástrofe en  la parte más interna de tu cuerpo. No preguntarte cómo llegaste hasta aquí sino disfrutar de estar y vivir.

Mi necesidad es salir ahí fuera  y que una mirada me cambie la vida. Tengo la necesidad del cambio, la necesidad de empezar algo y con ello la necesidad de verlo como se convierte en  esa nube de humo que deja un pequeño pellizco en el corazón. Tengo la necesidad de llenarme de historias, de hacerlas mías para amarlas y sufrir de ellas. 

Mi necesidad es vivir para poder escribir.

Y a veces, mi mayor necesidad es encontrarme conmigo, porque tras tanto incendio y catástrofe me pierdo a menudo recurriendo una vez más a la música. Y después de todo, me escondo en ella porque solo ella tiene licencia para dolerme por dentro, para acariciarme el alma sin saber hasta cuándo. A veces, no estoy en el lugar o en el momento idóneo, a veces no soy yo y también eso me da miedo. Sin embargo, siento la vida en cada latido tras cada catástrofe. Siento que estoy viva y de nuevo olvido el miedo, lo olvido hasta que vuelvo a acordarme de mí y me doy cuenta de que no estoy conmigo. Mi necesidad es culpa de mis ganas. Mis imparables ganas de vivir todo, de sentir todo, de querer tener todo para luego descubrir que en realidad, no tengo nada. Para luego descubrir que los incendios dejan cenizas, que las catástrofes dejan destrozos, a pesar de que después de todo, se aprende.

Sí, después de todo, se aprende a no sentir nada lo suficiente. Se aprende a no ser vulnerable tras cada historia. Porque, claro, después de todo, se aprende.