Mi necesidad son los incendios.
El fuego calienta a la vez que quema, y esa es mi necesidad. Tengo la necesidad
de sentir lo afable y lo perverso aquí adentro sin ningún tipo de medida, la
necesidad de ser fuego artificial, de subir rápido, explotar en el cielo y luego
caer en picado. Porque después de todo, se aprende.
Necesito arder y para arder hay que ser valiente. Valiente para vivir la vida
hasta la última bocanada de aire. Necesito
sentir que estoy viva. Tengo la necesidad de equivocarme tres
veces al día y veintiuna veces a la semana. Porque después de todo, se aprende.
Mi necesidad son las catástrofes
inundadas de magia. Descubrir esa magia, percibir hasta el mínimo suspiro del pianista
que está tocando tu canción favorita en este momento. Sentir la catástrofe en la parte más interna de tu cuerpo. No preguntarte cómo llegaste hasta aquí sino disfrutar de estar y vivir.
Mi necesidad es salir ahí fuera y que una mirada me cambie la vida. Tengo la necesidad del cambio, la necesidad de empezar algo y con ello la necesidad de verlo como se convierte en esa nube de humo que deja un pequeño pellizco en el corazón. Tengo la necesidad de llenarme de historias, de hacerlas mías para amarlas y sufrir de ellas.
Mi necesidad es vivir para poder escribir.
Y a veces, mi mayor necesidad es encontrarme conmigo, porque tras tanto incendio y catástrofe me pierdo a menudo recurriendo una vez más a la música. Y después de todo, me escondo en ella porque solo ella tiene licencia para dolerme
por dentro, para acariciarme el alma sin saber hasta cuándo. A veces, no estoy
en el lugar o en el momento idóneo, a veces no soy yo y también eso me da miedo.
Sin embargo, siento la vida en cada latido tras cada catástrofe. Siento
que estoy viva y de nuevo olvido el miedo, lo olvido hasta que vuelvo a acordarme de mí y
me doy cuenta de que no estoy conmigo. Mi necesidad es culpa de mis ganas. Mis
imparables ganas de vivir todo, de sentir todo, de querer tener todo para luego descubrir que en realidad, no tengo nada. Para luego descubrir que
los incendios dejan cenizas, que las catástrofes dejan destrozos, a pesar de
que después de todo, se aprende.
Sí, después de todo, se aprende a
no sentir nada lo suficiente. Se aprende a no ser vulnerable tras cada historia. Porque, claro, después de todo, se aprende.